Uno. Me cuesta hablar de cosas serias. Serias que implican sentimientos y cosas de esas, quiero decir. Y cuando digo sentimientos, digo sentimientos en general. Que el amor no tiene el monopolio de la palabra. Doy cientos, miles, millones de vueltas hasta decir lo que realmente quiero decir, si es que llego a conseguir decir algo. Me lío, me agoto a mí misma y acabo prefiriendo no decir nada. Los sentimientos son mutantes, volátiles, inestables, peligrosos, y a veces estallan sin previo aviso.
Dos. Las personas me ilusionan fácilmente, y puedo estar en ese estado de forma indefinida. Pero las personas son personas, y cometen errores. Si me desilusionan, ya no puedo volver atrás nunca más. No me sale.
Tres. Aunque no pueda volver atrás, la nostalgia siempre me está tocando las narices, y me hace querer disculpar continuamente los errores fatales con los que me han dado en la cara. Me hace querer hablar de cosas serias, me hace querer que todo vuelva a ser como antes.
Y eso no puede ser. Porque antes que el defecto número tres, vinieron los defectos uno y dos.
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