lunes, 12 de diciembre de 2011
Pero esta noche estrena libertad un preso, desde que no eres su juez
Estaba Ana sola en el comedor. Sobre la mesa quedaban la cafetera de estaño, la taza y la copa en que
había tomado café y anís Victor, que ya estaba en el casino jugando al ajedrez. Sobre el platillo de la
taza yacía medio puro apagado, cuya ceniza formaba repugnante amasijo impregnado del café frío derramado.
Todo esto miraba Ana con pena, como si fuesen ruinas de un mundo. La insignificancia de aquellos
objetos que contemplaba le partía el alma; se le figuraba que era símbolo del universo, que era así,
ceniza, frialdad, un cigarro abandonado a la mitad por el hastío del fumador. Además, pensaba en
el marido incapaz de fumar un puro entero y de querer por entero a una mujer. Ella era también como
aquel cigarro, una cosa que no había servido para uno, y que ya no podía servir para otro.
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